INSTITUTO JOHN HENRY NEWMAN

«La fe, la esperanza y la caridad no son un acto reflejo»

Portada del libro «La peste» de Albert Camus

José Luis Parada

Es seguro que no todos los lectores interpretan de un mismo modo un mismo texto. Como sucedía en la película de Woody Allen, “Melinda & Melinda”, una misma realidad puede ser interpretada de muy diferentes maneras (en clave de drama o de comedia, en ese caso) según el bagaje intelectual, los valores, las creencias y/o la ideología de cada sujeto. Eso pensaba yo al recordar, en un momento como este, la famosa obra de Albert Camus, “La Peste”, que relata las historias que confluyen en una ciudad en cuarentena por un brote de peste bubónica, y que concluye de este modo:

“Pero sabía que, sin embargo, esta crónica no puede ser el relato de la victoria definitiva. No puede ser más que el testimonio de lo que fue necesario hacer y que sin duda deberían seguir haciendo contra el terror y su arma infatigable, a pesar de sus desgarramientos personales, todos los hombres que, no pudiendo ser santos, se niegan a admitir las plagas y se esfuerzan, no obstante, en ser médicos.

Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”. (Trad. Rosa Chacel).

Lo que valoro de este fragmento es lo que no es. No es descarnado, ni apocalíptico, ni despreocupado ni desesperanzado sino una mirada realista y madura sobre una realidad que aflora a lo largo de la obra y que bien pudiera conectar con nuestra situación: aun existiendo el mal y el dolor, aun habiendo personajes temerosos, agoreros y exagerados, también hay espacios para la prudencia, para la reflexión, para la solidaridad y para la esperanza.

En mi opinión, se trata de una cuestión de virtud: ante cualquier circunstancia, especialmente si es de cierta gravedad como la que vivimos estos días, deberíamos ser prudentes en el juicio y templados en nuestras acciones (un ejemplo evidente es el de no abusar de los memes, de los mensajes apocalípticos, de las teorías de la conspiración, de los testimonios de supuestos expertos, ni de politizar la situación), tomar perspectiva, recapacitar sobre la responsabilidad individual y colectiva y meditar un poco, liberándonos del excesivo ruido externo e interno. Yo lo interpreto como una oportunidad de replantearnos qué es prioritario y qué no, cómo trabajamos y cómo lo podríamos hacer, qué nos genera miedos y cómo los podemos afrontar y, en el caso de la vida espiritual, si sólo nos acordamos de Dios cuando vienen mal dadas o si le tenemos presente a menudo. A fin de cuentas, la fe, la esperanza y la caridad no son un acto reflejo, sino virtudes, esto es, hábitos que se deben alimentar. Y esto vale para creyentes y no creyentes, hermanados compartiendo una misma realidad.

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