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¿Por qué no te callas?

Hace 17 años la frase hizo fortuna en la boca de nuestro Rey emérito. Se lo espetó al que entonces era Presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Inmdiatamente nosotros, que somos únicos en pasarlo todo por la batidora del meme, hicimos hasta camisetas con la famosa expresión: “¿Por qué no te callas?”  

Se me vino a la cabeza, con otro sentido, la otra noche cuando Pablo Motos entrevistó en El Hormiguero a Óscar y a Moisés, los dos concursantes de Pasapalabra que peleaban por un bote millonario. El presentador, que tiene un equipo de guionistas magnífico, les preguntó a los sabios que cuál era su palabra favorita. La de Óscar está algo más trillada. Dijo “senda” y recordó de forma hermosa cómo se la enseñó su abuelo. La de Moisés, sin embargo, me dejó atrapado al sofá, por extraña e improbable: conticinio, o sea ese momento de la noche en el que todo es silencio. ¡Cuántos de nosotros, universitarios, lo habremos transitado en estos días de exámenes finales y correcciones a contra reloj!

En un tiempo en el que hay gente (y no poca) que se apaña con un centenar de palabras, qué necesario es recuperar el petricor, ese olor a tierra mojada que queda después de la lluvia; o el lubricán, que es un crepúsculo; o amaitinar, que es un mirar curioso, como queriendo adivinar.  

No es por pretensión esteta, ni por ganar concurso alguno. Quien tiene un lenguaje pobre, pobremente piensa. Y, sin embargo, el que lo domina, si no se entrega a los ridículos gorgoritos del lenguaje, sabrá hablar y callar a tiempo. Tendrá la palabra fecunda siempre en la punta de la boca para saborearla y entregársela a la conversación. Como este conticinio, que nos deja quietos (y por eso inmediatamente inquietos). Y luego, asombrados de tanto silencio. Y después, dispuestos a librar la batalla con nuestros demonios interiores que nunca callan.  

Me gusta cuando callo, porque estoy muy presente. Me conozco a mí mismo (vanidad de vanidades) y – he aquí lo importante -, solo así consigo paladear el don de claridad y el de valentía. Seré quizás entonces capaz de conocer al otro y al Otro. Así son la música callada y la soledad sonora. Así es la noche, siempre derrotada por el alba. ¡Oh noche de bebidas energéticas, de atracones y últimos repasos estudiantiles! Esa noche que trae consigo el meollo silente del aprendizaje transformador: ¡noche que juntaste – quién lo diría – amado con amada, amada en el amado transformada! 

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