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El grano de mostaza

Los primeros días de septiembre empiezo a preparar uniformes y material escolar. Esta vez lo hago solo con la ayuda de mi hijo pequeño.  Las mayores no quieren saber nada del colegio. Ya no les hace ilusión volver a las aulas. 

Mientras doblamos las camisetas, le miro disimuladamente a los ojos. Hay en ellos aun un destello de ilusión atravesado a ratos por una centella . Le cambia el gesto y  leo su miedo a no encajar, a no ser suficiente, a no estar a la altura de sus propias expectativas… y me reconozco en sus ojos. No se trata solo de la huella del ADN nuclear o la convivencia, sino de que  el día que él empieza el cole, yo también empiezo el mío. 

Este 8 de septiembre, la UFV ha dado  la bienvenida a la primera promoción de Ficción y Narración, un grupo de jóvenes valientes que cree que las palabras mueven el mundo, que las mejores historias aún no han sido escritas, y que han confiado en nosotros su vocación, sus sueños y nos han abierto una subtrama de su vida durante cuatro años.   

Ficción y Narración es un grado tan nuevo que no existe, una página en blanco en la historia de la Universidad española. Ficción y Narración huele como los recién nacidos: a nostalgia de la belleza. Cuando arrullas por primera vez el cuerpo pequeño y caliente de tu hijo recién rebelado de tu carne, te invade un abrumador respeto hacia lo  creado, lo que  está bien hecho. Todos los años que siguen, como madre, me enfoco en no estropear esa obra que se me ha dejado en renting 

Un puñado de profesores hemos recibido esta tarea de formar narradores del siglo 21. Cabalgarán sobre Inteligencias artificiales en lugar de volar con otras plumas o extender el poder de la palabra a golpe de tipo móvil. ¿Cómo no van a brillar mis ojos de emoción y de vértigo? Me toca, como a ellos, como a mi hijo Pedro y como a Scherezade, jugarme la vida cada día en la historia que cuento, en la clase que doy, en el proyecto que diseño, en el convenio que firmemos, en la experiencia universitaria de sus casi mil y una noches con nosotros. 

Pienso en las preguntas de sus padres: Si este grado tendrá salidas laborales. En las de ellos: si habrán encontrado su lugar en el mundo y en las mías: “¿podré yo dirigir esta barca hacia la plenitud de cada alumno?”  y la centella se vuelve bruma, casi una catarata. 

Ya hemos terminado de doblar las camisetas. Empezamos a poner nombre a los cuadernos y los estuches. ¡Menudo don el de poner nombre a las cosas! Entonces me acuerdo de que Cristo llamó a Pedro en su barca y en la orilla y que Pedro también tuvo miedo, pero la esperanza pesaba más.  

Creo que a nosotros y a nuestros futuros egresados en Ficción y Narración también nos llama para contar la Historia, quizá nos llama en otros rostros, en los sueños y anhelos de mis alumnos, en la generosidad de sus padres, en la ilusión de los profesores, pero todos hemos escuchado la llamada y aquí estamos: dando gracias por el miedo, sintiendo fuerte el viento de la misión por popa y los brazos que reman desde mucho antes de que el embrión tuviera nombre, mirando de reojo el grano de mostaza, abriendo la puerta del aula en la que empiezan las historias.   

 

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