Pero si está anocheciendo. Se van a quedar a oscuras y no llegaré con tiempo. Me he alejado demasiado. ¿En qué estaría pensando? Dejarlos solos así y con María temblando. ¡No tengo perdón de Dios! Yo ya no estoy solo aquí, acepté ser como un padre y tengo que habituarme a mi nueva condición. ¡Pero basta de porfías! Necesito apresurarme, que se está haciendo muy tarde y estará la cueva fría. Pero, ¡qué imprudente soy! ¡Corre, corre! Si además no veré por estas peñas. Si me descuido, tropiezo y desparramo la leña. ¡Parece que va a nevar! ¡Con qué fuerza sopla el cierzo! Qué negra se está poniendo la noche más halagüeña.
En cuanto llegue al portal, prepararé una gran lumbre. Antes de que se acostumbren a este hielo invernal, el establo ganará calidez que reconforte. Y después cocinaré algo de cena a María, que tiene que comer bien, ahora que toca cría. ¡Ay, la santa Criatura! ¡Esos ojos, esa boca! ¡Qué clavel se le ha caído hoy del seno a las alturas! Le cocinaré una sopa que la contente y caliente. Aunque no hay mucho en la cuadra para tales menesteres. ¡Ya inventaré alguna cosa! Todo es poco para ella, mi pulquérrima doncella, la más bella entre las rosas. Y lavaré los pañales, mientras María reposa, que con emociones tales, con tan grande buena nueva, ha de estar arrebatada y ya conviene que duerma. ¡Niña bienaventurada! ¡Bienaventurada Reina!
¿Una humilde sopa darle? Si se merece faisanes y pasteles de canela y requesones con miel. ¿Cómo la compensaré? ¿Con escarpines de seda? ¿Con alfombras orientales? ¿Con coronas de diamantes? Un palacio se merece y le di una cama de heno rodeada de animales. Y ni siquiera madera ni aceite para alumbrar la oscuridad del pesebre. Pero si llego veloz, con ternura encenderé las ramillas aquí atadas y sentirán en sus palmas la caricia del calor. Y prepararé la olla sin exóticas especias, sin suculento aderezo, mas sazonada de amor. Y, ya limpios los pañales, los secaré en el romero y así quedarán más suaves para que envuelvan al Niño, de la mañana lucero.
¿Y ese alegre tintineo de campanas a lo lejos? Pastorcitos se apresuran los rebaños recogiendo. Sí que es tarde y no hay luna, mejor que vaya corriendo. Vamos, José, que ya llegas y que aún hay mucho que hacer, que ya no vives tú solo, pues tienes una familia que cuidar y proteger. Si nos hubieran dejado entrar en esa posada, hubiera podido hervir agua clara y pedir mantas. Pero llegamos allí: un providencial establo donde nació el Salvador y, tan dulce resplandor iluminó el aire helado, que de hinojos humillado, me postré en adoración. ¡Vuela que están esperando!
Mi valiente y fiel María, cuando te encontré en el templo, viendo mi vara florida, no entendía los designios que aguardaba mi vejez; y menos aún comprendía, en mi inmensa insensatez, que era Dios quien te quería desde siempre para Él. Así que pensé en secreto que mejor abandonarte, pues nada podía darte en mi enorme desconsuelo. Y me creí traicionado, me recosté somnoliento y, entre lágrimas turbado, un ángel se presentó en sueños: “Descendiente de David, confía en tu prometida, que es el Altísimo aquel que en su vientre el Bien conciba. Y en meses nacerá el Hijo que al hombre por fin redima. Ponle nombre y cuídalos, cumplirán la profecía”. Ese arcángel, creo yo desde entonces en vigilia, nos observa y nos protege, pues noto a mi alrededor su franca presencia y guía. Y sé que no habrá peligro y sé que no habrá temor, y aunque duerma, a su cuidado, librándonos de tiranos me aconsejará su voz.
Pues en ángeles pensando, se va el camino acortando y escucho una melodía que no procede del suelo, que viene de muy arriba. Parecen arpas y cantos, tañer de cuerdas y viento, jubilosa algarabía que tiene despierto al cielo. Buena fiesta han preparado los alados mensajeros. ¿Parece aquello un cometa? El firmamento ilumina ¿Es un astro, es un planeta? ¿Es la aurora vespertina, será la luna coqueta? Parece que se encamina al mismo sitio que yo, y si la ruta indiscreta indica con su fulgor, muchos vendrán de visita a ver al Hijo de Dios. Es el éter doblemente, con la música celeste y luminarias divinas, celebrando la ocasión.
Yo creo que ya estoy casi, casi al punto de llegar, y prenderé ricas piñas y encenderé bien el lar y veré los arreboles en Su santísima faz. Os conseguiré manteca y unas hogazas de pan y mañana almorzaremos y a todos invitaremos al suculento manjar, pues hay que conmemorar este Santo Advenimiento. Pero, ¿qué más necesito? ¿A qué más puedo aspirar? Allá donde esté María, santa familiaridad, allá estará mi castillo. Soy el hombre más bendito y donde se halle mi Niño estableceré mi hogar.
Pronto llego, ¡qué alegría! Mi corazón va a estallar de gozo al ver a María al pequeñuelo acunar. ¿No es posible que de un sueño me tenga que despertar? ¿Qué he hecho yo para que dueño de este querer sea aval? Este dulce desempeño, de tal tesoro guardián. Mi esposa, mi amor, mi reina; justamente coronada de doce claras estrellas. Al traicionero reptil le pisarás la cabeza, Torre blanca de marfil, nueva mujer, nueva Eva. Inmaculada hermosura, secretísima pureza, bendita entre las mujeres, cándida como azucena. En tu seno cobijaste al Mesías Salvador, basílica nacarada, que gestaste enamorada al origen del amor.
Y compraremos sandalias, suavecitas en sus pies; y le tallaré un juguete al volver a Nazaret. Sus brazos mientras aprende a caminar sostendré; y sus manos mientras trace las letras sujetaré; y cuando la edad permita lo montaré en la barquita y lanzaremos la red. Le enseñaré la madera a querer y trabajar, la fresca de los pinares, la antigua del olivar, la más noble del hayedo, la olorosa de los cedros, y la tierna del rosal. Pero antes de dos meses al templo habrá que llevarlo y para las dos tortolitas derrocharé lo guardado. Por el Niño y por María, todo lo que piense es vano. Pero no te preocupes, viejecito afortunado, si tengo en casa al Mesías, ya no necesito tanto.
Ya oigo la voz de María, elevada en fiel plegaria. Y yo, mientras me acerco, entonaré un canto nuevo y tararearé una nana:
“Te pondré nombre, Manuel,
y te arrullaré en mis brazos,
y tu sueño velaré.
No está ya la noche oscura,
pues ha llegado la Luz,
dormidito en una cuna”.

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