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Cuando menos es todo: una invitación a la sobriedad

Una noche, Catalina, mi hija mayor, de 5 años, antes de ir a dormir me preguntó: “¿Qué vamos a hacer mañana?” Con esa mezcla de curiosidad y esperanza que tienen los niños antes de dormir. Vamos a estar en casa, pasar el día en familia, le respondí, pensando que eso bastaría. Pero no. Me miró con los ojos bien abiertos y volvió a insistir: “Sí, pero… ¿qué vamos a hacer?”

Claramente se veía con una necesidad de algo más concreto, más emocionante, más definido. Y me di cuenta de que mi respuesta no le servía. No bastaba con estar juntos. Ella esperaba una propuesta de actividad, de novedad, de algo que rompiera la rutina. Y, sin embargo, no había nada planeado más allá de pasar un día tranquilo, sin planes, sin prisas.

Vivimos rodeados de estímulos, de opciones, de invitaciones constantes a tener, a hacer, a acumular… y la verdad es que cuesta decir que no. Siento que este reto es más actual que nunca. ¿Se puede vivir más con menos? ¿Se puede vivir de otra manera?

Con el tiempo voy descubriendo que la sobriedad no se limita a lo material. Está también en cómo usamos el tiempo, en lo que consumimos, en lo que esperamos de los demás, en cómo gestionamos nuestras relaciones.

A quién no le pasa esto: entramos en una especie de inercia que me lleva de una cosa a otra sin parar, sin pensar. Y anhelamos lo contrario: frenar, tomar distancia, volver a decidir cómo quiero vivir. Me preocupa —y lo digo como padre y profesor— que este modo de vida tan lleno, tan rápido, tan “conectado”, nos impide vivir lo esencial. No quiero que acabemos enganchados a un ritmo que no deja espacio para el silencio, para la presencia real, para mirar a los ojos.

Este reto de vivir con sobriedad me está enseñando a decir que no, a dejar pasar cosas que apetecen o que “parece que tocan”, para poder cuidar lo verdaderamente importante. A veces me cuesta, pero quiero vivir y enseñar a vivir libre, consciente, agradecido. Y eso empieza por mostrar a mis alumnos, a mis hijos—más con mi vida que con mis palabras— que se puede vivir con menos y ser más. Que hay una belleza profunda en la sencillez, en la espera, en lo no inmediato. Y que todo eso no es pérdida, sino ganancia.

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