Tres escritos sobre la universidad: la vida

Extractos del libro «Tres escritos sobre la universidad» de Romano Guardini que iremos publicando periódicamente. Puedes seguirlos a través de la etiqueta #Universidad.

¿Qué es entonces la vida? Demos una respuesta concisa: La vida somos nosotros mismos. Cada uno de nosotros contesta: “¡La vida soy yo! Lo que en mí surge impulsivamente desde la profundidad interior, lo que se construye y organiza, lo que lucha, anhela, siente, crea: eso es la vida. Ella quiere llegar a ser plena, quiere llegar a ser ella misma. Quiere llegar a ser de tal modo que pueda sentirse a sí misma como cumplida”.

Pero esta vida, que ha de cumplirse así, ¿cómo es en realidad? En ella hay lo noble y lo insignificante, lo bueno y lo malo, lo claro y lo confuso, lo constructivo y lo destructivo. La palabra “vida” es equívoca, y hasta contradictoria; ¿qué es lo correcto en ella? ¿lo sabe la vida misma?

El animal lo sabe; dicho más precisamente, no “sabe” sino que sencillamente vive. Olfatea al enemigo y se protege de él. Ve la presa y se abalanza sobre ella. Viene el invierno y se refugia. La vida del animal es unívoca.

            Pero nuestra vida, ¿es unívoca? Ciertamente no, y el no serlo constituye nuestra dignidad y nuestro peligro. Pues en nosotros gobierna el espíritu, y el espíritu puede querer – como de hecho quiere – incluso contra su propio ser. Quien tiene ojos para ver, ve que también él ha querido efectiva y repetidamente de un modo falso; que lo vuelve a hacer siempre de nuevo; y que en el hombre domina una profunda confusión que se extiende desde ahí hasta lo más íntimo. ¿Sabe nuestra vida a partir de sí misma, por tanto, cuándo ella es como debe ser? No; hasta tal punto no lo sabe que en su fundamento más profundo actúa, junto a la voluntad de vivir, la voluntad de morir.

            ¿Cómo puede entonces ser la vida en sí misma lo superior, el fin en sí mismo al que todo, incluso la verdad, debe servir?

            Cuando el hombre piensa de esta manera, la vida en sí se derrumba, se confunde, se crispa y se originan atrocidades, como lo hemos experimentado. Caso de que los hombres aprendieran algo de la historia – aunque ciertamente no lo hacen, ¡nunca lo hacen! -, una cosa debería entonces grabárseles a fuego en el espíritu: debe haber algo por encima de la vida; si no, esta sucumbe, tanto la vida del individuo como la del pueblo y el Estado.

            Pero ¿qué es eso superior? ¡La verdad!

            La verdad es lo estable y lo luminoso. Cuando estamos convencidos de ella, hay cierta grandeza por encima de nuestra vida, a saber: aquello que en sí es correcto y justo. Con referencia a ello también nuestra vida será entonces correcta y justa.

            Por consiguiente, lo primero y decisivo, aquello de lo que depende que la vida sea realmente viva, es esto: por encima de la vida debe haber algo que no dependa de ella ni la sirva, sino que sí mismo tenga grandeza y nobleza. Y ese algo es la verdad.

            Saber esto, amigos míos, descubrir esto de modo siempre nuevo, experimentarlo y anunciarlo: para eso existe la universidad. En esto descansa su ethos más íntimo. En la medida en que lo abandona, la universidad pierde su sentido. Se convierte entonces en una escuela profesional, la cual tiene ciertamente significado práctico, pero ya no un sentido esencial – espiritual.

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