Aarón Cadarso

Irritado, incómodo, tal vez furioso, el moribundo y sufriente joven Ippolit lanza al príncipe Myshkin esta pregunta: «¿Qué belleza es esa que salvará al mundo?»

Ante tal pregunta no podemos sino afrontar el hecho de que debemos posicionarnos. Manuel Sánchez Cuenca, filosofo en la Universidad Complutense de Madrid y Eduardo Segura, filólogo de la Universidad de Granada nos aportan su mirada sobre mismo enigmático tema, la belleza.

¿La belleza es un valor subjetivo, relativo al gusto?

Manuel Sanchez Cuesta: A mi juicio, no. Es así para quien asuma que el valor de la Belleza es algo relativo, dependiendo en tal caso su captación de las emociones o gusto del sujeto. Pero para quien tenga una consideración absolutista del valor de la Belleza, ésta será algo objetivo: una cualidad de determinadas cosas naturales o creadas por nosotros. Situados en este plano general, pienso que continúa siendo válida la definición clásica de Belleza, “hermoso es lo que agrada a la vista y el oído”, pues exige la presencia en simultaneidad de la cosa (lo visto y oído) y del sujeto (agrada), y que, salvadas las distancias, asumen también los axiólogos. Cosa distinta es la actual reflexión que solemos llevar a cabo al contemplar una obra de arte, puesto que mediante ella solemos trascender la Belleza en favor del significado de dicha obra.

Eduardo Segura: La influencia de las categorías estéticas kantianas, junto a la evolución de las artes visuales tras la Primera Guerra Mundial y las vanguardias, nos han llevado a dar por sentado que la belleza es lo mismo que el gusto personal. Por tanto, una categoría subjetiva y cambiante, dependiente de las modas. La recuperación de la belleza como trascendental del ser en el que se da una ‘circumincessio’ con el resto de los trascendentales (bien, unidad, verdad) puede ser la senda hacia un descubrimiento de la realidad como don, como regalo. En ese sentido toda realidad deja traslucir la luz de la forma en la que resplandece el carácter creatural del mundo.

¿Puede un dibujo de un niño de cuatro años sobre su familia ser más bello que una obra de Caravaggio?

M.S.C: Teniendo en cuenta la respuesta a la pregunta anterior y excluido el caso excepcional del niño prodigio, donde tal vez cupiera una cierta posibilidad de que eso fuera así, en modo alguno. Salvo que el relativismo del gusto nos ciegue. Pero entonces lo mismo daría hablar de Belleza que de Fealdad, dado que en nuestra apreciación no nos atendríamos a patrón diferenciador alguno de ambos valores contrapuestos.

E.S:Esta pregunta se refiere al sentido analógico del concepto de “lo bello”. La belleza del dibujo del niño está vinculada a la mirada prístina e inocente –sabia- sobre el complejo mundo de sus afectos, emociones, sentimientos, etc. Es referencial respecto del amor que el niño recibe, o su ausencia; y su reciprocidad.

La belleza del cuadro de Caravaggio está vinculada a una perfección en la realización (a la imprescindible tekné), a la composición, el orden y la simetría internas, al tema y la conciliación perfecta entre fondo y forma.

La belleza es, como categoría ontológica, ‘analogia entis’: permite una gradación relativa, relacional, entre un más y un menos según el punto de referencia. El dibujo del niño y la obra del maestro son comparables como respuestas al don del ser, pero inconmensurables entre sí desde la perspectiva “artística”.

Al ser animales culturales, nuestro lenguaje es simbólico. Por lo tanto ¿no existe la belleza natural fuera del rango humano?

M.S.C: Al ser, en efecto, el arte un lenguaje simbólico, no hay Belleza al margen del ser humano, esto es, al margen del símbolo y de la cultura. No hay arte sin más en la naturaleza.

E.S: La pregunta es equívoca. Nuestra respuesta a lo simbólico no depende sólo de nuestro carácter social, cultural: es previo porque es respuesta al Otro original. La percepción de la belleza natural es inaccesible fuera del ámbito de lo humano, aunque pueda haber respuestas en los animales superiores a ciertas formas de simetría o proporción, o de belleza sensible, en niveles muy rudimentarios. Parte de las consecuencias de la Caída, como explican algunos Padres de la Iglesia o C. S. Lewis, se manifiestan en este desorden en la percepción de lo bello no sólo en los animales, sino entre los seres humanos animalizados.

¿Cómo saber si algo feo es más hermoso aun que lo establecido como bello?

M.S.C: Puesto que no poseemos un patrón común de medida ni para lo bello ni para lo feo es imposible responder con precisión. Desde hace unos años se está trabajando en Neuroestética para ver si poseemos o no los humanos una predisposición genética que ante el objeto bello nos produzca deleite y ante lo feo repulsión. La Belleza y la Fealdad son nociones que han ido evolucionando históricamente. De hecho, desde la Antigüedad clásica hemos pasado de asumir la Belleza como mímesis del orden natural y moral a incluir en ella también, tras el Romanticismo, lo feo, lo repugnante y lo deforme. Más aún:  a interpretarla como rebeldía frente a lo injusto, alienante y superficial, en particular después de los genocidios y la banalidad ambiente de los siglos XX y XXI.

E.S: Volvemos a las categorías kantianas de lo bello como subjetividad. Lo feo puede serlo en diversos niveles que, en función del modo en que trasluzcan el esplendor del ser, podrán ser considerados “feos” o “hermosos”. La Cruz es la cumbre de esa paradoja en la que el “desecho de los hombres” al que se refiere Isaías se manifiesta como el más bello de los hijos de los hombres.

¿La belleza es accesible a los insensibles de corazón?

M.S.C: Tal como formula su pregunta, parece dar al término “insensibles de corazón” un sentido moral, puesto que si dicha insensiblidad fuera absoluta estaríamos ante una patología y entonces perdería sentido la cuestión. Pues bien, de asumir ese sentido moral, creo que los “insensibles de corazón” podrían, al igual los “sensibles de corazón”, percibir muchas formas de Belleza: desde el sobrecogimiento ante un paisaje determinado, a una sinfonía de Beethoven, un cuadro de Velázquez o una escultura de Miguel Ángel. Recordemos, a modo de ejemplo, el comportamiento de ciertos jerarcas nazis “degustando” ópera tras haber gaseado o maltratado salvajemente a prisioneros de aquellos campos de exterminio que dirigían o administraban.

E.S: Siempre, toda vez que el don que Dios da no es retirado nunca, y en todo momento es redimible. La gracia es entregada para siempre y, aunque puede quedar oscurecida, permanece la fidelidad de Dios a la palabra dada, a la sanación de la naturaleza y, con ella, de las potencialidades para redescubrir y agradecer, para contemplar, para el silencio y las formas de humillación ante la potencia creadora de Dios y los hombres.

¿Qué respondería a la pregunta que Ippolit le dirige al príncipe Myshkin (“El idiota”, F. M. Dostoyevski): “¿Qué belleza es esa que va a salvar al mundo?” ¿Está de acuerdo con esa pregunta? Si es así, ¿por qué?

M.S.C: En sentido riguroso, el concepto de Belleza que utiliza el príncipe en “El idiota” –“¿Qué belleza es esa que va a salvar al mundo?”- no pertenece a una Estética filosófica. Ni menos aún el carácter soteriológico que se desea a su través. La identificación de la Belleza con un Amor salvador del mundo, simbolizado en la persona de Cristo, que supone la respuesta del propio Dostoyevski, es interesantísima desde el punto de vista religioso, pero queda constreñida al ámbito de la fe. Entiendo que para un conocedor de la categoría religiosa y moral de la personalidad de Jesús de Nazaret, esa identificación Belleza-Amor constituya un fac totum capaz de dar lugar a una meta-noia individual o colectiva. Pero se sale por completo del campo de un genuino pensamiento racional, como es el estético.

E.S: Me remito a la Carta a los artistas, de san Juan Pablo II, nº 19: el mundo será redimido por la Belleza, o no será. Hemos hecho tanto hincapié en el bien, en la verdad, que hemos dejado de lado –también en la iglesia católica, tristemente- la potencia de la belleza (no sólo artística) para llamar al hombre contemporáneo a una nueva contemplación del Don en el que “vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17, 28).

En tanto en cuanto la Verdad no es una moral –aunque la implique y explicite-, no podemos seguir insistiendo en que el seguimiento de Jesús se ciñe a la práctica de unos preceptos. Por el contrario, es un modo de ser que se trasluce en una manera de mirar y estar en el mundo como criaturas libres que agradecen como niños que están ‘omni tempore, ludens [Deus] in orbe terrarum’ con nosotros. Tal es la fuente de la paz y la esperanza. De no ser así, el mundo no será, porque ha sido redimido ya en la belleza de la Cruz.

 

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