¿Podemos empezar de nuevo el día después de la catástrofe?

Ángel Barahona Plaza. Director de Formación Humanística UFV.

¿Habrá alguien que pueda recoger esta experiencia, interiorizarla y levantarse de nuevo? ¿Habrá alguien que nos pueda ayudar? ¿La soledad que hemos experimentado, ante la amenaza individual y concreta de nuestra precaria naturaleza, podrá habernos enseñado algo?

 Cuenta Rupnik en Decir el hombre: «Al final de la cena, mientras ya le venía el pensamiento de su muerte, según él ya próxima, y le parecía que sería algo tremendo, mirando al Padre Abad le vino este otro pensamiento: “pero ¿quién nos ayuda a comprender lo que debemos hacer en esta vida?” Yo tengo al Padre Abad, he tenido buenos padres espirituales, amigos más adelantados que yo en el camino espiritual… pero ¿y el que no tiene a nadie?. Por el momento, su pensamiento se detuvo. Estaba ya tan concentrado, que ya no oía al lector. Después me respondió: “señor perdóname por este estúpido pensamiento”. No es posible que tú abandones ni al más pequeño de tus hijos. Más aún, precisamente porque es el más pequeño, tú le mandas la gracia más grande. Porque de lo que se preocupa tu amor es que no vivamos en el engaño, para que nuestra presencia aquí en la tierra pueda consumarse en el amor, y que llegar a la comunión eterna de nuestros miserables huesos con tu cuerpo glorioso no pueda ser confundida con hacer obras y cosas grandes, todas a la medida del mundo y no según tú Santa Pascua».

Dios es el único acompañante y en la historia (los acontecimientos son el poso existencial que sostiene la fe, de acontecimiento en acontecimiento, de resurrección en resurrección, es el camino) es donde nos va enseñando a ser, a vivir en la verdad que somos. Dios es un ser dinámico, dialogante, que misteriosamente está implicado en nuestra historia. La fe no es algo estático, un conjunto de verdades, una situación permanente, o un ponerse en marcha de forma voluntarista, proactiva, para ir al encuentro de ese ser que se auto propone.

«Tener fe significa volver a empezar una y otra vez»

Es más bien un salir de las seguridades, de las adquisiciones adoptadas con nuestra voluntad y firmeza de querer creer. Un dejarse llevar por caminos inexplorados. Salir de la ofuscación del terreno ya pisoteado, dejar que los acontecimientos corten el cordón umbilical al que todavía estamos ligados, sin rebelarse, sin angustiarse, sin programarse, sin hacerse propósitos. “El objetivo es partir hacia la forma única que Dios ha pensado para cada uno de nosotros… dejar atrás el pasado no sucede solo una vez. Es un proceso constante. Así tener fe significa volver a empezar una y otra vez, atreverse a comenzar de nuevo una y otra vez. Y es que Dios es el Dios del futuro que quiere conducirnos a la tierra en la que somos plenamente nosotros mismos”. (Anselm Grün, Atrévete a empezar de nuevo)

Esto es lo que muestra el Génesis. Este es el paradigma de Abraham.

Pero, sobre todo, el acompañamiento divino nos enseña a confiar que todo acontecimiento es un signo que necesita ser convertido en interrogante: no interesa tanto el porqué de una situación de fracaso (ser viejo, estéril y sin tierra como Abraham vive, es fácil de traducir a la situación que provoca un pequeño virus letal) si no el para qué. El fracaso, en sí mismo, no es nada más que la interpretación que hacemos de él. El dolor es inevitable, pero solo darle vueltas, mirar hacia atrás una y otra vez, anclarlo como una experiencia terrible es lo que lo convierte en catástrofe irrecuperable, lo que nos convierte en estatuas de sal, en sufrimiento sin sentido. ¿Quién acompaña esto y cómo?

«Detrás de lo que en apariencia es catastrófico espera agazapado en su interior un bien que hay que descubrir»

Tenemos un modelo para afrontar lo que Tolkien llama originalmente eucatástrofe:

Término que inventa Tolkien y que solo en clave católica se entiende, significa que detrás de lo que en apariencia es catastrófico espera agazapado en su interior un bien que hay que descubrir, del que hay que aprender. Tolkien le escribía a su hijo Christopher, sobre el Silmarilium…. “A veces me siento aterrado al pensar en la suma total de miseria humana que hay en este momento en el mundo entero: los millones separados los unos de los otros, estremecidos, prodigándose en días sin provecho… aparte de la tortura, el dolor, la muerte, la desgracia, la injusticia. Si la angustia fuera visible, casi la totalidad de este planeta anochecido estaría envuelto en una oscura nube de vapor, oculto de la mirada asombrada de los cielos. Y las consecuencias de ella serán en lo fundamental malas, históricamente consideradas. Pero el plano histórico no es por supuesto el único. Todas las cosas y los hechos tienen un valor por sí mismos, aparte de sus «causas» y «efectos». Ningún hombre puede apreciar lo que está realmente acaeciendo sub specie aeternitatis. Todo lo que sabemos, y en gran medida por experiencia directa, es que el mal se afana con amplio poder y perpetuo éxito… en vano: siempre preparando tan sólo el terreno para que el bien brote de él. Así es en general, y así es también en nuestras propias vidas…”

Le damos nombre a las cosas según las hemos percibido. Si las percibimos desde la mirada eterna de Dios, sin la angustia de que el tiempo se nos impone como tiranía del “ya”, de las urgencias de la inmediatez en la realización de nuestros deseos infantiles, las viviremos como la victoria sobre la catástrofe. Alguien que abrace la realidad, que disfrute de las cosas en todo lo que tienen de belleza, de bendición, desde la belleza a la cerveza o el sexo, muestra la esperanza de que algo que se presenta como terrible sea la posibilidad de algo inesperado, maravilloso, un eco de la redención que viene de fuera, pero ya estaba dentro.

«La fe nos es dada, el don ya ha sido entregado, ya está ahí… lo único que hay que hacer es acogerlo»

Se trata de acoger, no querer creer, podemos hacer lo que nos venga en gana… la fe nos es dada, el don ya ha sido entregado, ya está ahí… lo único que hay que hacer es acogerlo, lo otro es un moralismo: tengo que creer. ¡No, la fe, ya está ahí, el don ya está ahí… !

Y el sufrimiento no es una broma. Siempre está ahí abierta la puerta al sinsentido que pone en peligro la propia vida. Esto es porqué la Biblia tiene entre sus libros canónicos el Eclesiastés. Para encontrar el sentido hay que pasar por el honesto reconocimiento de que no hay tal sentido para la vida ni para las cosas del mundo y de que todos nuestros sistemas de visión del sin sentido son inútiles porque todos acaban en la muerte. Por eso Tolkien le escribe a su hijo cuando este se encuentra en la trinchera en plena II Guerra Mundial:

Acuérdate de tu ángel guardián. ¡No una señora rolliza con alas de cisne! Pero -al menos es como lo concibo y lo siento-, como almas dotadas de libre voluntad, estamos, por así decir, situados como para estar (o poder estar) frente a Dios. Pero Dios también está (por decirlo de alguna manera) detrás de nosotros, dándonos apoyo y alimento (como criaturas que somos). El punto brillante de poder, donde esa línea vital, esa cuerda umbilical, toca, allí está nuestro Ángel, enfrentado doblemente con Dios detrás de nosotros en la dirección que no podemos ver, y con nosotros. Por supuesto, no tiene uno que cansarse de enfrentar a Dios; el derecho a la libertad y la fortaleza que se nos procura «desde atrás» lo impiden»

«Si no se puede obtener la paz interior, y a pocos les es dado hacerlo (a mí menos que a nadie) en la tribulación, no olvides que aspirar a ella no es una vanidad, sino un acto concreto. Lamento hablarte así, y de modo tan vacilante. Pero no puedo hacer más por ti, querido … Si no lo haces ya, recurre a las «alabanzas». Yo las utilizo mucho (en latín): el Gloria Patri; el Gloria in Excelsis; el Laudate Dominum; el Laudate Pueri Dominum  (que me gusta especialmente), uno de los salmos dominicales, y el Magnificat; también la Letanía de Loreto (con la oración Sub tuum prassidium). Si las sabes de memoria, nunca estarás falto de palabras de alegría. También es algo bueno y admirable saberse de memoria el Canon de la Misa, pues puedes pronunciarlo en tu corazón si las circunstancias nos impiden asistir a ella. Así termina Faeder lar his suna. Con mucho amor”. (Carta 054  a Christopher Tolkien, 8 de enero de 1944)

Esto no es una especie de palabra de gurú o libro de auto ayuda. Lo que Tolkien dice es que la vida divina debe llenarlo todo. No es una propuesta voluntarista, moralista, no dice: “atrévete a empezar de nuevo, se fuerte, proponte esto o lo otro. Esta fórmula: “atrévete a empezar de nuevo, [es] una actitud agresiva. Como si quisiera decir: debo empezar a cambiar una y otra vez. Debo probar todos los métodos posibles apara convertirme en otra persona. Es este el sentido que algunos autores dan a sus libros de auto ayuda. […] en la palabra “cambio” ya hay algo de agresivo: debo cambiar porque tal como soy, no soy lo bastante bueno. Debo hacer de mi otra persona, una persona mejor.

«La transformación no es tan agresiva como el cambio. Es más suave. Muestra que todo lo que hay en mi puede existir»

Ahí se esconde el auto rechazo. La respuesta cristiana al cambio es, sin embargo, la transformación. Eso nos dice la historia de la boda de Caná. Jesús transforma el agua en vino. El agua representa aquí todo aquello que se ha vuelto insípido en nosotros. Cuando el espíritu de Jesús llena lo que ha perdido el sabor, se convierte en vino, adquiere un sabor agradable… la transformación no es tan agresiva como el cambio. Es más suave. Muestra que todo lo que hay en mi puede existir. Lo observo y se lo ofrezco a Dios. Y el propio Dios actúa en mi”. Esto es lo que dice Tolkien, lo que dicen todos los santos.

Ante el sufrimiento muchas veces perdemos perspectiva necesaria para mantenernos a la escucha. Pero si observamos bien, acompañamos bien: vemos que los “los afligidos se encuentran impotentes frente a la tristeza. Tienen la impresión de que no pueden hacer nada con esos sentimientos de tristeza y dolor que les asaltan. Algunos se someten a mucha presión. Creen que deberían hacer algo para que la tristeza desaparezca. Se han marcado un plazo de tiempo en el que debe superarse el duelo. Pero con todo ese voluntarismo y ese someterse a la presión, fracasan. La transformación es más suave, Consiento la tristeza. Le ofrezco mis sentimientos a Dios, incluida mi impotencia para cambiar esos sentimientos. Y al ofrecer a Dios mi duelo, este se va transformado de forma imperceptible. Se llena del Espíritu de Dios, de su amor y de esperanza divinas… […] ya no soy tan superficial como antes. De mi ha surgido una persona nueva. Pero no una persona que simplemente ha cortado con todo lo viejo, sino una persona en la que lo viejo se ha convertido en nuevo”.

Ojalá sea esta la conclusión de este momento tan especial en nuestras historias.

Escrito el 3 de Mayo de 2020, primer día de la primera fase de la desescalada. 

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