Isidro Catela. Profesor de la Facultad de Comunicación UFV

Señor, que me has perdido las gafas,

¿por qué no me las encuentras?

Me paso la vida buscándomelas

y tú siempre perdiéndomelas,

¿me has traído al mundo para esto,

para pasarme la vida buscando unas gafas,

que están siempre perdiéndoseme?

Para que aparezca este tonto

que está siempre perdiendo sus gafas,

porque tú eres, Señor, el que me las pierdes

y me haces ir por la vida a trompicones,

y nos das los ojos y nos pierdes las gafas,

y así vamos por el mundo con unas gafas

que nos pierdes y unos ojos que nos das,

dando trompicones, buscando unas gafas

que nos pierdes y unos ojos que no nos sirven.

Y no vemos, Señor, no vemos,

no vemos, Señor.

(Objetos perdidos, José Antonio Muñoz Rojas)

Ulises no se queda clavado en el llanto, no entra en un bucle melancólico para llorar el país perdido. Antes bien, se pone manos a la obra, a construir una barca, el mismo día en que la ninfa lo libera. En apenas cinco jornadas, se echará de nuevo al mar, no tanto porque quiera volver a él, sino porque anhela (¿qué corazón no lo anhela?) volver a su tierra.

Que nadie malentienda esta particular odisea que padecemos. Que nadie saque la conclusión obscena de que el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Vivimos días de pérdidas y hay que reconocerlas en su gravedad. Mi amor es mi peso, decía san Agustín; peso que, en su paradoja, nos abaja, pero no nos hunde, sino que nos saca a flote y nos eleva para siempre.

Nos aseguran, sin embargo, con buenismo machacón, que todo va a ir bien y, al mismo tiempo, nos recuerdan que ya nada será como antes. Quizás en hacer compatible las dos sentencias esté la luz que siempre apunta al final del túnel. Habremos de saber convivir con las pérdidas. En ocasiones, con la pérdida y la distinta presencia del ser querido, al que apenas pudimos velar (¡qué inhumano duelo!). Tendremos que dejar de echar la culpa a otros de las gafas que perdemos, porque al final, como apuntala Muñoz Rojas el problema cierto es que no vemos, Señor, no vemos. Y habremos, al fin, de encontrar Ítaca, para que, aparezcan en nuestro horizonte vital las verdades (la Verdad) que obliga a que toda inteligencia se dirija hacia ella y así el viaje lleve dirección y cobre sentido. 

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