Pablo Delgado, profesor de Fisioterapia UFV: “Una gran mentira es que la felicidad está en la salud”

El profesor Pablo Delgado de la Serna celebró el pasado miércoles 1 de diciembre el Café Newman sobre el sufrimiento y ese mismo viernes le detectaron un cáncer. Un mes y medio después este minicurso iba a ser online, pero Pablo prefirió ver las caras de los universitarios y seguir su vida normal. Aunque le da vergüenza hablar de su libro, propone “Diario de un trasplantado” como base para el trabajo de reflexión universitaria. En este libro relata cómo ve su vida y una de las cosas que más le ayuda, lo que él llama el equipo SAP: Sara (su mujer), Amelia (su hija) y Pablo (él mismo).

El día que se enteró del cáncer, Amelia le preguntó si estaba enfermo: “lo estoy todos los días, pero hoy un poco más”, pero ella le quitó la prótesis de la pierna porque sabía que eso le relajaba y descansaba. Pablo considera que el sufrimiento es lo que hay, se transmite por el sistema nervioso, pero es la interpretación de ese dolor lo que lo cambia. Cuando él le pregunta a la niña si quiere que tenga dos pies ella lo que quiere es a Blas, como llaman al muñón: “tiene una mirada más profunda de la realidad que no deja de emocionarme”, expresa Pablo Delgado.

Son las cosas más pequeñas las cosas más grandes

El psicólogo y psiquiatra Víctor Frankl decía que lo más importante de la vida no es el placer ni el poder, sino la capacidad de darle sentido. Pablo Delgado asegura que buscar sentido a una vida enferma es difícil, pero al final lo tiene: “son las cosas más pequeñas las cosas más grandes y, aunque a los Reyes Magos les pedimos cosas materiales, de lo que siempre no acordamos es de lo que no es material: abrazos, besos, experiencias… esa pequeñez las hace enormes. Pasamos media vida enredados en cosas que no nos van a llenar, no pretendamos que las grandes metas sean grandezas momentáneas, es cierto que un viaje puede ser maravilloso, pero cuando miro hacia atrás me acuerdo de otras cosas invisibles”, sostiene.

El prólogo del libro es del periodista Carlos Herrera y Pablo Delgado exclama que fue una suerte contar con él: “me impresiona cuando dice que con el libro descubrió ‘una forma de afrontar la vida llena de fuerza y cómo resurgir una y otra vez de la ciénaga del dolor’. Esto nos dice que la vida no son solo triunfos, es complicada, todos tenemos una mochila que pesa, lo que hay que intentar es facilitar los momentos con cosas pequeñas. La enfermedad me quita planes de futuro, por ejemplo, yo no puedo salir a cenar porque tengo que conectarme a la máquina de diálisis, pero esto me obliga a vivir en el presente, como si cada día fuera el último. En diciembre me pusieron la prótesis definitiva, pero el mismo mes me anunciaron el cáncer, no tenemos el lujo de esperar para ser felices porque no sabemos si van a venir esos días. Necesitamos momentos duros para ser conscientes del peso profundo que tienen las personas, sus gestos, que no es accesible a los ojos”.

La felicidad está en la actitud de comerse la vida todos los días

Pablo Delgado cuenta que la sensación que tuvo al estrenar un coche nuevo adaptado fue maravillosa, pero advierte que a partir de ahí todo fueron gastos, en cambio, la convivencia con las personas es más duradera. Le ha ayudado mucho a entender esto el hecho de no centrarse en las cosas que la sociedad vende para ser feliz, como los likes de Instagram, y remarca que “una gran mentira es que la felicidad está en la salud”: “yo no recuerdo un solo día de mi vida sano y me considero feliz, pleno y digno, porque es una cuestión de actitud, me quiero comer la vida todos los días y, aunque sería más cómodo quedarme en casa, prefiero complicarme y venir aquí; reconozco que a partir de las seis de la tarde es una tortura, pero ya tendré tiempo de descansar, mi hija no tendrá 3 años nunca más y es un regalazo que me salte a caballo aunque me pueda hacer daño, cuando tiro el cojín al suelo ya viene corriendo porque sabe que ese tiempo es para jugar. Hay que tener unas ganas locas de vivir”.

Me siento equilibrado mental y espiritualmente para morir

Una enfermedad crónica nunca para y Pablo Delgado confiesa que no sabe lo que es encontrarse bien, no recuerda un día sin dolor, sin estar cansado y encontrarse mal: “a mí me ha hecho crecer mucho como persona mi enfermedad, gran parte de lo que soy se debe a que dependo de una máquina y cuando me anunciaron el cáncer, aunque lo primero que pensé fue ‘no me puedo morir ahora’, lo cierto es que me siento preparado para la muerte, en un equilibrio mental y espiritual muy bueno, de hecho, hace años arreglé algunas cuentas pendientes y a la gente a la que había hecho daño les pedí perdón, en fin, es un camino que todos tenemos que hacer para prepararnos, sin que esto sea un agobio, pero que tampoco sea algo que relacionemos únicamente con la edad, yo me sigo viendo joven con 44 años”.

A Pablo le cambió la vida cuando dejó de importarle morir: “tomé conciencia de que toda la angustia que tenía podía servirme para ayudar a los demás y dar luz a otros enfermos”. Así fue como empezó a idear el libro y a usar las redes sociales: “he respondido a 700 mensajes sobre mi post del cáncer y el primero que sale ganando soy yo porque hay más placer en dar que en recibir”. Argumenta que regalar algo con 5 euros es más difícil que con 2.000, ya que hay que pensar que sea adecuado y dedicar atención al otro, mientras que una vida de grandes lujos la tiene cualquiera con dinero. Del mismo modo, lo difícil es ser feliz en momentos adversos, pero se puede perfectamente jugando bien las cartas que tienes, intentando ayudar a los demás.

Los valores hacen fuerte al débil

Pablo Delgado lamenta que la sociedad se haya individualizado y vaya haciéndose cada vez más fría: “hay que hacer la sociedad más humana para que no esté vacía, para que no triunfen los paradigmas de ‘guapo, rico, cachas, sano o famoso’, yo tengo un 81% de minusvalía y no serviría para nada en esa sociedad; el mundo actual no está hecho para el débil, sino para el que aparca en una plaza de minusválido porque solo es un minuto”.

También le gusta la imagen del Papa Juan Pablo II cuando aparecía en público en una silla de ruedas y se le caía la baba para reivindicar una sociedad con valores: “JPII tenía mucha fuerza por dentro, mientras que hay gente que pasa muchas horas en el gimnasio que es muy débil por dentro”. Pone el símil de un edificio en construcción que durante los primeros cinco meses parece que no pasa nada, pero está poniendo unos buenos cimientos sobre los que construir.

“Ante una mala noticia puedes llorar”, afirma, “pero no puedes recrearte en ella porque serías egoísta siendo enfermo, al final amargas al otro y es feo valerse del victimismo”. Aristóteles decía que el hombre feliz es el virtuoso, a lo que Pablo añade que “los placeres inmediatos son fuegos artificiales que generan insatisfacción, puesto que la felicidad de un proyecto familiar que dura toda la vida es mucho más grande. Por eso, es posible ser feliz estando enfermo, porque la clave es el camino y no el destino”.

No se cansará de repetir que “la vida hay que bailarla cada día” y recuerda a los asistentes al Minicurso Newman que asistir a la oferta cultural de la UFV es una suerte: “Carlos I de España y V de Alemania no tenía ni luz, ni agua caliente, con todo su poder iba en carroza, y murió de gota. Hoy en día somos unos afortunados, podemos comer tres veces al día, yo mismo puedo tener diálisis diaria gracias a no vivir en EE. UU. porque no podría pagarla, estamos sobrepasados de bienes y corremos el riesgo de no valorarlos”.

El silencio ayuda a saber quiénes somos

Respecto a la pregunta sobre quiénes somos, con nombres y apellidos, y circunstancias, se precisa muchas veces de silencio. Ahí es donde alguien conoce si es feliz y por qué, sobre todo, porque en algún momento fue infeliz, y también donde se valora la realidad tal como es: “yo soy Pablo Delgado de la Serna, mido 1,68 y estoy enfermo, podemos vivir con caretas, seguir teniendo los roles que adoptábamos en el colegio con los amigos, pero lo importante es ser quiénes somos siempre y en todo lugar”.

Junto a esto, el paciente crónico es agresivo consigo mismo, por lo que Pablo Delgado recomienda imaginarse cómo sería la respuesta que se daría a un amigo que pasara por la misma situación: “le diríamos ‘no te tortures’ y, sin embargo, a nosotros nos machacamos porque vivimos una lucha interna, es brutal la capacidad de autodestrucción, el paciente crónico no da tregua, yo a veces vivo como el protagonista de la película ‘Una mente maravillosa’ que convive con su enfermedad mental aprendiendo a no escuchar cierto discurso y a ignorar el sentimiento de carga”. Y confiesa: “si pienso en que la edad de cuidar a un marido enfermo es de 80 años me pesa que mi mujer lo elija, incluso a veces, furtivamente, me preguntaba si iba a salir corriendo, si no calculó bien las consecuencias cuando dijo ‘en la salud y en la enfermedad’”, bromea.

El acompañante es un héroe al que también hay que cuidar

De cara al enfermo, es difícil la vida del acompañante que, según Pablo Delgado, son los héroes de la historia: “una semana antes de que me amputaran la pierna llamé a dos amigas de Sara y les pedí que cuando nos llamaran preguntaran primero por ella. Es importante atender al acompañante, yo a veces pienso cómo sería la vida de mi mujer sin mí, pero sé que mi enfermedad le ayuda a vivir con empatía, o si mi hija deja de ser niña en algunos momentos por mí, pero hay que dejarse caer y llorar es maravilloso, ¡qué buenas siestas después de una llorera!, te vacías por dentro y luego estás como nuevo. Lanzar la queja, sin encariñase con ella, evita muchas ansiedades y depresiones”.

Precisamente, un 5% de los trasplantados acaban en depresión y la asistencia psicológica solo se desarrolla si se solicita. Pablo Delgado considera que la asistencia integral del enfermo pasa por ofrecer esa ayuda sanitaria en todo caso: “el enfermo debe ser como el junco, una planta que se tumba cuando viene la corriente y cuando se va vuelve hacia arriba sin romperse, y además tiene un líquido dentro que se puede beber. Es decir, la persona que sufre debe tener la capacidad de adaptarse al momento, de dejarse llevar si vienen mal dadas y de reponerse con valores internos, de tal forma que si le pisan tenga la fortaleza para no dejarse destrozar”.

Armstrong sabía que si se rendía el dolor quedaría para siempre. Igualmente, Pablo Delgado tampoco quiere rendirse: “no estaré sano, quizá esto no tendrá solución, pero la enfermedad ha sido un aliciente, va a hacer un año de la amputación y he hecho más deporte que en los últimos 20 y he visto más veces a mis amigos que en los últimos 20”. La clave es sacar la parte buena, en vez de creer que es un horror: “puedo dar clase, impartir charlas, escribir mi segundo libro, montar en bici con mi hija…, son cosas pequeñas, pero miro atrás y veo que lo que más feliz me hace no tiene nada que ver con los paradigmas del siglo 21, mi padre tiene 80 años y, cuanta menos fuerza tiene aparentemente, más fuerza ejerce sobre su nieta”.

Estar a gusto con nosotros mismos pasa por un orden de prioridades acertado

Pablo Delgado es consciente de que los momentos con menos salud le permiten a llegar a muchas más personas porque ha aprendido a resplandecer sin aparentar: “he tenido la suerte de conocerme, de puertas hacia adentro, en el interior del corazón. Hoy en día todo es rápido y las decisiones que tomamos pueden cambiar en una hora, los contratos que firmamos no valen de nada con tantas cláusulas, y la palabra que damos a otros la incumplimos fácilmente por falta de integridad. La solución es ser quienes somos, no lo que nos dicen que debemos ser, y donde de verdad podemos ser nosotros es donde de verdad podemos ser felices. No necesitamos ser extraordinarios, puede haber miles de mujeres más guapas que la mía, pero que me quiera tanto y me entienda tanto solo hay una, lo maravilloso es que somos únicos y así se ilumina todo alrededor. Solo estaremos a gusto con nosotros mismos cuando tengamos un orden de valores adecuado. Es una pasada comer, viajar, comprar…, pero eso no nos llenará tanto como ser personas íntegras y coherentes entre lo que pensamos y hacemos, debemos ser la mejor versión de nosotros mismos ya que somos seres inacabados, en potencia, y siempre podemos mejorar”.

Igual que el gusano de seda se hace capullo y luego crisálida porque se ha renovado, así el hombre debe evolucionar hasta dejar de necesitar el aplauso y el reconocimiento, de tal manera que se mire al espejo y vea que, después de haberse arrastrado en la prueba, llega a ser alguien especial con tenacidad. También los pajarillos tienen que echar a volar y los padres deben irse para que salten: “mi padre, que es muy reservado en sus sentimientos, una vez paseando le pregunté cómo estaba y se derrumbó, estaba preparado para morir con cinco hijos ya criados, pero ahora que me habían cortado una pierna y voy a perder el riñón le resulta difícil ver a su hijo sufrir, es la imagen del papá pájaro viendo al hijo saltar, sin saber si desplegará las alas. La vida es aprender, a base de ensayo y error, el problema es que según nos hacemos mayores nos cansamos del desaliento y esto es muy triste”.

Sobre el inicio de la civilización hay una historia que dice que hallaron un fémur roto que murió 25 años después. Esto en una sociedad nómada era un lastre, pero así es la vida cuando existe una mirada profunda, de encuentro, con una misión común por cuidar al que está enfermo, al que no se abandona. Pablo Delgado sostiene que ese hueso demuestra que el ser humano tiene una ética y se pregunta qué pasaría si encontraríamos ese fémur hoy, en una sociedad que se “mira el obligo”, aunque este paradójicamente este estuviera unido a la madre al nacer.

La humildad al reconocer los errores aumenta la grandeza del hombre

Humildad y grandeza no se dan si cuando se hace algo incorrecto nadie se entera. Por ejemplo, en el ámbito de la aviación, el piloto tiene que dejar por escrito lo que ha hecho mal para solventar el error y con esa humildad busca ser más grande.

Otro ejemplo es el de Benedicto XVI, como lo califica el mismo Pablo, “una gran cabeza de la historia de la humanidad y paradigma de humildad, un teólogo sin parangón que no da lecciones”. En definitiva, se trata de reconocernos como somos, con los fallos y aciertos, para ser más grandes y felices, y en este proceso pedir perdón por los errores: “la vida nunca va a poder conmigo porque soy positivo, busco lo bueno, hace 70 años estaría muerto y hoy estoy aquí, me dejaron mis novias y gracias a eso estoy con mi mujer”. Pablo Delgado anima a sobreponerse a la queja y no anclarse ni enrocarse en ella, como el burro que solo veía la cuerda y no se daba cuenta de que la silla era de plástico o el canario que no volaba porque se sentía preso y no sabía vivir sin su jaula.

Soy “el pata de palo” más orgulloso del mundo

Hay personas que restan, negativas, que agotan, y personas que multiplican la fuerza, renacen para los demás y ven la vida como una fiesta: “un compañero de mi clase que sacaba sobresalientes murió en un accidente de tráfico con 18 años, sin embargo, yo solo puedo dar gracias, cualquiera lo daría todo por tener una familia, por vivir 44 años, pero estamos acostumbrados a ver lo malo o darle más fuerza; seré ‘el pata de palo’ más orgulloso del mundo que no oculto mi prótesis porque pueda contrariar al que la ve, hay que aprender a ser lo que somos, yo no puedo vivir de lo que no soy porque no podría ser todo lo feliz que puedo llegar a ser; sinceramente, estoy viviendo la época más feliz de mi vida cuando estoy viviendo momentos atroces. A veces, me pregunto si me he creído este discurso, pero enseguida sé que es real, que hay unos cimientos fuertes que hacen que esto tenga sentido, incluso si fuera más fácil no sería tan bonito”.

Junto a ello, revela que el mejor momento que para él era la ducha se ha convertido en el peor porque le recuerda que es minusválido: “tengo un tubo en la tripa y me falta una pierna, es brutal cuando no te ves entero, aunque mi problema es el riñón que no lo veo, si me centrara en eso viviría amargado, pero aprendo de otros, por ejemplo, de la subcampeona de windsurf del mundo, que le salió una mancha en el brazo y le diagnosticaron una meningitis perdiendo después los cuatro miembros, no uno como yo, y ella aceptó el reto y fue campeona. Esto nos indica que hay que relativizar la desgracia y saber que es posible una vida plena, yo conduzco y he venido solo aquí, hace 6 meses no podía quedarme solo en casa. Los frenos están en la cabeza, no en nosotros. ¿Quién pone el límite? Hay que darle la vuelta a la tortilla y ver lo bueno de la vida, a pesar del dolor”.

La oración te permite atravesar el cascarón hasta el interior

Por último, recuerda que lo más importante es la calidad de la persona, lo que hay dentro de ella. Igual que se dedican muchas horas a estudiar o a ejercitarse, así hay que cuidar el corazón: “lo de fuera no deja de ser un cascarón, pero el verdadero regalo es el interior, que casi nunca escuchamos, tenemos puesta la radio, no paramos de hablar, hacemos muchas actividades, pero, salvo quien haga meditación u oración, no se dedica tiempo a saber quiénes somos”.

Hay que ser personas faro: “que la gente acuda a nosotros cuando necesite apoyo, que inspiremos bondad y cosas buenas, que edifiquemos un mundo mejor y nos quitemos las caretas. Yo he vivido una cosa cruel, pero sé lo que se siente al andar. Tú eres el protagonista de tu vida y está en tu mano aceptar el reto y multiplicar lo recibido, construyendo una vida feliz y plena. Os lanzo una última pregunta: ¿cómo creéis que está en vuestra mano hacer que la vida valga más y que cada día se multiplique por 10?”.

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