Javier Gómez

Cuando un hombre insensato me propone participar en este reto, yo, más insensato, acepto y advierto, burlón, que puede salir a relucir mi espíritu cínico; la sana convicción de que la mejor medicina es el humor. Pensaba en cómo puede un país pasar, en pocas horas, de manifestarse a enclaustrarse; en la disciplina social; en un pueblo —seamos generosos— que asustado necesita mucho papel higiénico; en las fallas que no arden o, incluso, en… pero vino a mi memoria un cuento jasídico.

Aquel que recuerda Proverbios 4:22, donde la Palabra es medicina para todo el cuerpo, y advierte, sensato, que, si es medicina, su abuso puede ser sobredosis. Las palabras deben ser medidas, cuidadosas, contadas, sinceras y, sobre todo, significativas. En momentos como los actuales hay que invocar el bien sin sentido. La novela de Vasili Grossman, Vida y destino, un alegato contra el totalitarismo que aplasta la condición humana, trasmite un mensaje esperanzado: la grandeza del ser humano reside en el bien sin sentido. En los tiempos terribles, nos recuerda Grossman, la bondad no desaparece.

Es lo más humano que hay en el hombre y rara vez se refleja en actos heroicos, en entregas materiales, en la absurda pretensión de estar cambiando el mundo. Se refleja en el cumplimiento de la obligación, en el trabajo, el día a día, a veces en el silencio y, como en El Pianista, en la belleza de repartirnos un caramelo en familia. Dejémonos de tonterías, cumplamos discretamente nuestras obligaciones y, en unas pocas semanas, nos reiremos otra vez de todo.

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