Mi tesoroooo

Leo que unos europarlamentarios han salido a la carrera, por la puerta del garaje, con 600.000 euros metidos en una bolsa, y la primera tentación que me viene es la de afirmar que eso no es posible en el siglo XXI, que eso es propio en todo caso de antaño, del tiempo atrasado y en blanco y negro; un tiempo que –por supuesto – como cualquier tiempo pasado habría sido peor.

Pero esa poderosa tentación que a menudo nos invade adolece de cronolatría, la que cae presa del calendario y despacha en dos brochazos a la Edad Media como un tiempo oscuro y perverso, y saca la bandera del progreso convertido en ideología para suponer (eso sí que es fe) que nuestra era ha desterrado todo tipo de barbarie e inmoralidad. Lo habría hecho por rebasamiento, por superación de un estadio anterior e inferior al que ahora debemos mirar por encima del hombro, mientras le arrojamos a la cara la palabra “posverdad”, la de aquel al que la verdad le importa un pimiento y al mismo tiempo aspira a que a su audiencia también le traiga al pairo la cuestión. Estamos empezando a echar de menos a aquellos mentirosos a los que les importaba la verdad, aunque solo fuera para poderte colar su trola con eficacia. 


Los hombres (y mujeres) del saco han saqueado la Eurocámara como bandoleros de la posverdad, los que roban a los ricos (ellos) para dárselo a los pobres (que también son ellos). ¡O nosotros o el caos!, como se dibujaba en la mítica portada de “Hermano Lobo”, hace casi medio siglo. “Vosotros, vosotros”, gritaba la masa enardecida. “También somos el caos”, respondía el político impasible desde el atril. Y así, poco a poco, la reputación de lo político, la política y los políticos se va por el sumidero de la truhanería. Nada hay peor que la corrupción de los que deberían ser mejores. 


La receta es sencilla: hay que convertirse. Así, sin más, y sin menos. Debería decir, en sentido estricto, “convertirse y creer en el Evangelio”, como si fuera Miércoles de Ceniza en vez de Adviento. Conviértete, cree en el Evangelio, léelo y ponlo en práctica. Yo voy a empezar por Mt 6, 19-23, que no hay posverdad que lo resista. 

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