Carpe Vitam

Ha vuelto a pasar, enero se va. Mira que lo intuía cuando me tomé la primera uva. Pensé “pues así, así se va a marchar el tiempo que la compone”. Incluso aunque no haya cosas buenas, incluso aunque las circunstancias nos hagan desear que pasen, incluso así, el tiempo vuela. Y cuando te quieres dar cuenta esas circunstancias cansinas ya han pasado también.

Dice Woody Allen delante de un plato de comida que aborrece “¡y encima es tan poco!”. Esto también nos puede pasar con el tiempo. Lo mismito que nos avisaba el que escribió el salmo 90. Nos dice que como mucho viviremos 80 años, pero que la mayoría son de trabajo y encima vuelan. Animoso no se levantó ese día, pero qué certero. Hay un momento en la vida en el que no solo deseamos que nos vaya bien, sino que deseamos que la vida no se vaya tan rápido, aunque eso suponga que también saborearemos con más calma la hiel. Quizá es el momento en el que uno sabe que el tren no sólo tiene una estación de llegada sino un paisaje, y que este no vuelve.

En estas estaba cuando me metí a escuchar al profesor Armando Pego presentar su libro “Poética del monasterio” (Ed. Encuentro). Mientras desgranaban el libro los contertulios iban dejando miguitas para volver a casa, esa casa que es nuestro monasterio, nuestro corazón. “Los apologetas del presente saben que cada instante se les está evaporando en pasado”. De pronto me sentí aludida, como en las tertulias de la tele. Sólo que tenía que responder a una interlocutora mucho más difícil que estaba en mi propia piel. Me acabo de desvelar en el inicio de esta columna. Digo que la vida se marcha y cosas del estilo, tan posmodernas. Y así las vivo.

Pero amo lo suficiente mi destino como para dejarme corregir si la corrección me lleva a mejor puerto. Y si además la corrección viene de amigos, mejor, porque ellos también aman mi destino, y el suyo, y el que nos une a ambos. Así que de mano de mi amiga Ana Rodríguez de Agüero, que sabe bien lo que me escuece y que compartimos rozaduras, llegué a la siguiente cita, también de Pego: “Es el secreto más hondo de una Creación lanzada a su consumación a través de cada instante en que el tiempo se curva en contacto con el atisbo de la eternidad. Si esta desaparece, si la aspiración a una plenitud universal se deshace, solo cabe consumir con ansiedad cada instante como si fuera a ser el último”. Y ahí estaba yo, viviendo como si no hubiera curva. 

Lo bueno es que las cosas son y no se desgastan o desvanecen por nuestra ingratitud. Solo si la curva es real podré dar el volantazo para hacer lo que dice este pensador “Mantener operativo en el presente la solidaridad entre el pasado y el futuro […] con el afán de cada día construimos el mañana sostenidos por el ayer”. Es cierto que vivimos en acto, vivimos en el minuto presente, pero también es innegable que ni el pasado ha pasado ni el futuro es incierto. Somos triada constantemente y querer echar de casa el ayer y el mañana nos violenta, y con razón. Quizá nos ayudaría cambiar el “vive hoy” por el “vive todo”. Esto solo es posible si la curva de la que hablamos ha aterrizado allí donde nada se ha perdido y todo se ha saciado. Dice Carlos Granados en su teología del tiempo (Ed. Sígueme) que este, lejos de ser “úlcera por la que se desangra el existir humano, es puerta que abre a nuevos encuentros y horizontes” y nos encamina a la plenitud de nuestra vocación.

Y así intento mirar de nuevo lo que ya había mirado esta mañana. Los alumnos vuelven de su estudio, de sus exámenes. Yo les había tratado como un déjà vu “otra vez la cafetería repleta y ellos con una nueva espada de Damocles sobre sus apuntes”. Pero estos alumnos no son los mismos porque han sido hechos en estas semanas que se fueron, como lo he sido yo. Vuelve la ternura al mirarles y al mirarme, al mirar la realidad tal y como es. No es otra vez enero, es un nuevo enero y así hasta la patria, donde pasado, presente y futuro se vivirán de nuevo, ya alegres y serenos. Dicen que Santa Paula exclamó antes de morir “Todo lo ven ya mis ojos quieto y sosegado” (La casa de los santos, CEU ediciones). Quizá ella también tuvo esta experiencia.

 

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