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¿Es deseable implantarnos un neurochip?

Así fue la segunda mesa redonda: ¿Y si me hackeas?

«El neurochip impide la mediación temporal para corregir una acción»

La segunda mesa redonda sobre la cuestión de Neuralink, celebrada el 17 de abril, estuvo moderada por la profesora de Bioética, Elena Postigo, para profundizar en las cuestiones antropológicas y éticas acerca de la implantación de un neurochip en el cerebro que ha desarrollado recientemente el equipo de Elon Musk. En la mesa participaron los profesores Alberto Carrara L.C. y Ángel Sánchez Palencia.

Algunas ideas sobre los riesgos éticos

  1. ¿Cuál es el beneficio de la mejora por la mejora? ¿Queremos abrir una puerta con solo pensarlo? 
    El implante de un electrodo en el cerebro conecta con el tejido y esto no es indiferente. El neurólogo de Barcelona, Jesús Lafuente, avisa de que el cerebro está vivo y se mueve, por lo que dicho electrodo va generando huecos «como un palillo en una gelatina». A largo plazo, puede cambiar la personalidad, volvernos agresivos, o inocular un trastorno psiquiátrico.
    Para el P. Alberto Carrara L.C. la tecnología de Elon Musk no equilibra el riesgo, y también afecta a las personas con las que vivimos: «Es fácil para los dioses del Olimpo digital ofrecer un implante para hacer lo que uno quiere, pero ¿lo necesitamos por diversión?«. 
  2. La acción sería inmediata y esto impide la mediación temporal entre el pensamiento y la conducta. En la distinción entre la intención y la acción es donde se juega la libertad y la reflexión interna: «Una idea inmoral puede conllevar un grave peligro«. 

¿Es posible hackear nuestro cerebro?

¿Un sistema político que quiera tener las mentes de sus ciudadanos digitalizadas en una nube podría llevar a cabo una manipulación global de la sociedad para controlar el sistema de valores? Se ha hablado de prevenir todo tipo de crímenes, pero ¿se puede llevar a cabo una acción preventiva solo porque se anuncie una probabilidad? 

Uno de los ejemplos más elocuentes lo propuso José Manuel Rodríguez Delgado, investigador español de Sociología, en 1965, cuando demostró la manipulación de la conducta modificando el cerebro de un toro. 

El hombre, animal racional

¿Somos solo cerebro?¿La racionalidad se reduce a la corporeidad? ¿El cerebro es solo materia? ¿Lo podemos conocer solo con la neurociencia? ¿Tener conciencia, recordar el pasado o proyectar el futuro se reduce a conexiones neuronales? ¿Es persona quien está en estado vegetativo? ¿Qué pasa si otros piensan por nosotros y sienten por nosotros? 

Si el neurocentrismo domina la sociedad actual corremos el peligro de reducir nuestros pensamientos y emociones a un funcionamiento cerebral. El profesor Ángel Sánchez-Palencia recuerda que la verdad está depositada en el ser de las cosas y que «navegar por el océano de la realidad supone indagar en sus profundidades«. Sin embargo, la dificultad reside en quedarnos solo en el plano de los datos empíricos o en la dimensión material como único plano de la realidad.

Explicó que hemos pasado del pienso al quiero y el quiero distorsiona la realidad cuando no nos gusta. Por eso hay que buscar el fundamento del ser humano. Somos animales racionales y lo que está más allá de la física no es accesible a través de los sentidos. Conocemos por conceptos inmateriales, pero cuando no pensamos no dejamos de ser animales racionales. La conciencia moral y la ética han de basarse en la antropología humana que respeta el ser del hombre y se relaciona conforme a lo que es: «No se puede comprar seguridad a costa de vender nuestra libertad«.

La neuroética es un término que se acuñó hace 50 años. Las primeras definiciones la presentan como el examen de lo correcto o incorrecto acerca del tratamiento, la mejora o perfeccionamiento y las intervenciones o manipulaciones del cerebro humano. A partir de 2014 se publicó un manual en tres volúmenes que definió la neuroética como una reflexión sistemática e informada sobre neurociencia y las interpretaciones, con el fin de una mejor comprensión humana y los peligros de las aplicaciones.

  • Clausen, Jens y Levy, Neil (2014).  Handbook of Neuroethics. Springer.
  • Libet, Benjamin (2005). Mind Time: The Temporal Factor in Consciousness. Harvard University Press.
  • Artículo sobre las implicaciones éticas: Fiani, Reardon, Ayres, Cline y Sitto. An examination of prospective uses and future directions of neuralink: the bran-machine interface. Cureus, 13 (3), e14192.

Las interfaces cerebro-máquina se popularizaron en 2016 con la creación de Neuralink.

En 2020 Elon Musk presentó un cerdo con un implante que grababa la actividad electrocerebral para demostrar que se podía decodificar.

Un año después consiguió que un mono, que jugaba por ordenador entrenado por condicionamiento, volviera a activar el juego si dejaba de estar operativo. El implante neural hacía que su impulso de querer jugar viajara a un ordenador y el juego volvía a funcionar.

La primera persona humana que se implantó dos chips en la corteza motora y premotora fue Jan Sherman que se encontraba tetrapléjica. Cuando pensaba en mover su brazo un robot se movía. 

Y el primer hombre implantado demuestra que mirando un ajedrez mueve los peones con la mente.

Así fue la primera mesa redonda: ¿Veré la verdad?

«Hay mucho marketing alrededor de los dispositivos implantables»

La Facultad de Ciencias Experimentales de la UFV organizó una mesa redonda en torno a la cuestión de Neuralink el pasado 26 de febrero, moderada por el profesor de Ingeniería Biomédica, Rodrigo Madurga. ¿Qué implicaciones éticas y antropológicas tiene el desarrollo que está llevando a cabo Elon Musk? ¿Cuál es la verdad que hay en torno a este avance científico? Elena Bernabéu, psicóloga, Juan Pablo Romero, neurólogo, y Javier Sánchez Cañizares, físico y teólogo, nos explican la novedad del dispositivo y desvelan las consecuencias que podría tener para el ser humano.

El empresario Elon Musk ha implantado el primer neurochip en el cerebro de un ser humano para registrar la información química y eléctrica de las conexiones neuronales en la zona motora como respuesta a estímulos. ¿Cómo se codifica esta información que sale del cerebro hacia afuera? ¿Cómo distingue el cerebro la información que es propia sensorial de la que está mediada por esta tecnología? 

En primer lugar, Pablo Romero indicó que la diferencia que aporta Musk a los dispositivos ya conocidos de interfaz mente-máquina para movimientos motores es que ha multiplicado por mil los electrodos implantados. Sin embargo, el resultado conseguido dista mucho de la expectativa humana de un chip que lea la mente. Simplemente capta la capacidad de la corteza cerebral de mover objetos, como un cursor o un teclado.

En segundo lugar, Javier Sánchez Cañizares argumentó que en el mundo que vivimos, que no es caótico, pero tampoco está determinado, hay correlaciones con muchas oportunidades de información. Sin embargo, las representaciones de cada cosa, que son las que aportan el significado, siguen una escala de información relevante que no se ciñe a un solo valor, es decir, el cerebro usa muchos lenguajes que van más allá de las posibilidades que ofrece un chip robótico. Es cierto que el universo favorece la emergencia de sistemas, pero lo que es propiamente humano y lo que está mediado por un tercero no responde a una integración orgánica. Además, la traducción de ceros y unos nunca es naive y no tiene en cuenta que el ser humano puede cambiar las reglas según los contextos y circunstancias. El cerebro no solo procesa información, también está influenciado por hormonas y otros factores que cuestionan el concepto homociborg.

En tercer lugar, Elena Bernabéu apuntó al descubridor de las neuronas espejo, Giacomo Rizzolatti, responsables de la empatía, para demostrar que el ser humano puede distinguir lo real de lo que no lo es, si no fuera así entraríamos en el terreno de las patologías mentales.

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