Camino de noche, desvelado. Al cruzar la calle enturbio charcos que un momento antes reflejaban la luz amarillenta de una farola solitaria. El agua garabatea finos trazos aprovechando las grietas de viejos adoquines disparejos. No hay nadie. La ciudad parece la carcasa de la ciudad, un decorado que cubre un decorado, la pesada sombra que oculta una sombra más tenue. Se acaba un año y otro viene y todo se repite. Es como si una pintura de ausencias viniera a cubrir la cuarteada capa de pintura de ausencias acumuladas.

A mi alrededor parpadean luces de vivos colores que atraviesan las ventanas de las casas de mis vecinos, se pegan a las fachadas de los edificios enfrentados y bailan al son de una música que no logro escuchar. Yo las sigo con la mirada, recuerdo una vieja canción y me siento, otra vez, como el burro amarrado a la puerta del baile.

Paseo despacio, atento a las minucias, y de repente me azara el jolgorio de un grupo de chavales que me alcanza y sobrepasa, y después ellos, que giran y borbotean, trastabillan, salpican y soliviantan a una mujer que surge de un callejón a destiempo y malhumorada. Luego se alejan llevándose su sincera alegría a otra parte, lejos. Ella, en cambio, parece marchita, como si hubiese acumulado disgustos a carretillas. Agacha la cabeza, se refugia bajo el paraguas y se pierde en su vida, para mí ajena.

Se acaba un año y otro viene y todo se repite; solo que no es cierto. Es mentira. Cada día amanece con el brillo que le corresponde y nos trae un tiempo que no estuvo antes ni volverá a venir. No importa que hoy te toque, como a mí, estar triste, ni importa que te sientas apagado, alegre, desabrida o arisca. Mañana será otro día, la prueba empezará de nuevo y la gracia vendrá a bañarnos descorchando el horizonte de lo posible, otra vez alfombrando el futuro con su límpido manto de lana. Solo que ella, por mucho que nos visite de continuo, incluso aunque a menudo nos encuentre enredados en quehaceres, despistados, es capaz de hacer nuevas todas las cosas.

Las nubes grises deben esconderse allí arriba, detrás de la iluminación eléctrica que nos embota la vista. Son un celaje que tapiza el firmamento y nos acuartela, arrastrando nuestros ojos por el suelo; pero quiero que sepas tú, quien seas, estés donde estés y como estés, que esa gracia bendita nunca nos dejará de lado. Y con ella tu vida y la mía recomienzan, porque no se cansa de ofrecernos la oportunidad dichosa de abrazar mañana, si no puede ser hoy, al yo que se nos escapa y al Tú que nos busca.

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