Coronavirus y el humor paliativo

Ricardo Morales, periodista y director de Democresía

Hace un par de semanas escuchaba en el campus de la UFV, a la altura de la taquería, a una chica recitar de memoria unos apuntes que quise asociar a la asignatura de Grandes Libros, del máster de Humanidades.

Decía de carrera, con deje pedagógico pues tenía a otra compañera a su lado que no parecía haber hecho los deberes, que “el humor, cuando versa sobre el sufrimiento, se convierte en un arma poderosa”.

Esta escucha se daba al mismo tiempo que veía cómo se iba vaciando la universidad hasta quedarse en los huesos. O sea, personal y profesores. Los alumnos entretanto se estaban preparando para jornadas maratonianas de Play, lecturas, atardeceres en Debod y sesión doble de Supervivientes; imagino que para tomar algunas notas.

El Covid-19, del que lo sabemos todo y nada a la vez, ha parido, como todo fenómeno que tiene que ver con el desorden humano, una serie de bastardos que no son más que el fruto de lo que existía antes de la epidemia.

Sicofantes y payasos se van dando la réplica en esta rat race para ocupar el primer escalafón de lo viral.

Sin embargo, existen diferencias esenciales entre los dos grupúsculos.

Los primeros, calumniadores de pro -algunos inclusos con nómina y tickets Gourmet-, exploran sus posibilidades en un estado de psicosis colectiva. Y, como los que seguían las directrices de Himmler en el 44, cuando la guerra estaba terminada para el Eje, actúan con perplejidad pero firmeza en el aglutinado de cuerpos en los vagones. “Más leña al fuego”, es el aforismo que ha quedado de este tipo de actitudes hoy en día.

Los sicofantes se esponjan cuando sus nombres aparecen en las tertulias y como referentes en la prensa de tercer nivel, aunque donde verdaderamente generan ruido es yendo de grupo en grupo de Whatsapp con citas falsas, personajes ficticios o discursos propios de Negan, el penúltimo malo de The Walking Dead.

Y por otro lado, los payasos.

Algunas aproximaciones son torpes y simplonas pero hay verdaderos ejercicios de elocuencia y buen gusto.

En cualquier caso, los payasos están haciendo uso de algo muy español, que es, con muy poco -por falta de recursos-, hacer algo tan grande como provocarnos la risa ante el histerismo desenfrenado. Su bandera son los memes y sus discursos acaban con carcajadas enlatadas. Ellos, al margen de los investigadores, son quienes mantienen el vigor del sistema en sus horas más bajas. Son nuestra mejor vacuna contra los calumniadores, a los que los periodistas de raza abajan y meten en el saco de los malos payasos, desactivándolos y colgándoles el sambenito de agoreros.

Todo apunta a que saldremos de esta. Que aprenderemos una lección definitiva: abrazar la vulnerabilidad que ha acompañado al hombre desde el comienzo de su existencia. Y qué mejor vía para hacerlo, a los que no estamos devanándonos los sesos para dar con la vacuna contra el Coronavirus, que hacerlo a través del ingenio y del llamado a la heroicidad.

Este artículo fue originalmente publicado en Democresía y es reproducido aquí con el permiso de su autor.

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