
Si miramos esta foto deprisa vemos a unos jóvenes rodeando a dos personas encima de una tarima. Parece un aula y parece que los chicos, que empiezan a parecernos alumnos, están escuchando.
Si agudizamos un poquito más la mirada podemos reconocer, quizá, que quien habla es Antonio López, uno de los pintores españoles más importantes de nuestra época. La foto es mala, cogida por la cámara mala de un móvil viejo. Pero el momento es inconmensurable y eso es lo que quiere atrapar esta fotografía: la sabiduría que surge en los pliegues de lo cotidiano y que no está colapsada por el flash de una instantánea, que no tiene la calidad estética para pasar el filtro de fugacidad y sorpresa de ninguna red, quiere colarse en la vida universitaria cuando esta es lo que dice ser.
Si agudizamos el oído, como están haciendo los alumnos que vemos, comprendemos que el pintor Antonio López, llevado de la mano del catedrático Pablo López Raso, estaba haciendo universidad, es decir, estaba enseñando a otros a través de la palabra, la experiencia y el conocimiento. Invitado a impartir un curso a los alumnos de Bellas Artes lo clausuraba con una conversación con el director del grado y lo hacía en el aula, sin focos, hablando de lo que sabe y vive, el misterio de la creación a través del arte de la pintura.